lunes, 17 de marzo de 2014

Laicidad

Una historia francesa y un significado universal



Ante todo, recordemos que en la constitución del Gran Oriente de Francia el artículo primero dice que la Francmasonería tiene por principios la tolerancia mutua, el respeto de los otros y de sí mismo y la libertad absoluta de conciencia. Y añade que atribuye una importancia fundamental a la laicidad. Además existe en la obediencia una Comisión Nacional Permanente de la Laicidad (CNPL), lo que quiere decir que, quizás más que otras obediencias, la nuestra está marcada por la laicidad. Es verdad para mí; cuando entré en masonería, sabía por mi padrino que allí, en la calle Cadet, encontraría un lugar dedicado en gran parte a esta forma de concebir la sociedad.



Aquí en España, la noción de laicidad me parece bastante desconocida; lo he visto, cuando he preguntado a personas en mi entorno o cuando he dado una conferencia sobre el tema en la Escuela Oficial de Idiomas. Pero, aquí, en Heracles, logia del Gran Oriente de Francia debe ser diferente; cada Hermano sabía normalmente donde iba cuando solicitó entrar. Pero lo que conozco sobre la instrucción masónica en varios talleres me hace dudar del conocimiento general de los Hermanos sobre la laicidad, su desarrollo y las dificultades de ésta en la sociedad actual. Esto puede parecerse a lo que observamos en general en Francia, país laico desde hace tanto tiempo: si preguntas lo que es la laicidad en la calle la mayoría contestará que es “la escuela pública”. Sabemos y veremos que es eso y mucho más que eso, cada año, el Gran Oriente de Francia propone el estudio de una cuestión sobre la laicidad a todas las logias; me parecería bien y beneficioso para todos que tratemos esta cuestión en Heracles.



El tema es tan rico y amplio, con tantos autores e intelectuales, masones o no, que han estudiado y escrito sobre ello, que es imposible abarcarlo en su totalidad. Hoy, a modo de inicio de un proceso de estudio entre nosotros, he elegido dos entradas para tratar la plancha. Preciso que hablaré sobre todo de mi punto de vista que se enriquecerá con vuestras ideas propias. El subtítulo de la plancha es significativo del plan de trabajo que he adoptado: una historia francesa y un significado universal. La primera parte, histórica, pertenece no sólo a los Franceses sino a todos, incluso si la laicidad se ha creado y desarrollado más allí que en ningún otro país; la segunda es más masónica, mejor dicho más integrada en la identidad del Gran Oriente de Francia, puede ser también una forma de vivir la democracia, una forma de vivir mejor juntos en el mundo entero. En cualquier caso veremos que nuestra obediencia ha influido mucho en la historia de la laicidad.



A modo de recordatorio, os propongo unas definiciones posibles -hay muchas-, de la laicidad:



No he encontrado una definición de la laicidad en los diccionarios españoles (excepto una lacónica en el de la Real Academia que dice: Condición de laico. Principio de separación de la sociedad civil y de la sociedad religiosa), pero sí he visto unas sobre el laicismo, que en francés es más una doctrina que una filosofía o una organización de la sociedad. Julio Casares nos dice sobre esto: “doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad de toda influencia eclesiástica o religiosa”. María Moliner afirma: “cualidad de laico (quizás en el sentido de la Edad Media, esto es, personas bautizadas que trabajaban para la iglesia sin pertenecer al clero). Ausencia de influencia religiosa o eclesiástica en alguna institución, particularmente en el estado”.



Por último, el Larousse propone: “Independiente de las concepciones religiosas o partidarias. Sistema que excluye a las iglesias del ejercicio del poder político o administrativo y en parte de la enseñanza pública”.



La laicidad es más o menos eso, pero para nosotros es mucho más.



Es decir que está noción se ha desarrollado poco a poco, que tiene acepciones diferentes según el país, el origen social y la organización de la sociedad, según también los que están a favor o en contra. Es de todas formas una noción de libertad, de liberación de los dogmas y de tolerancia mutua. Por eso corresponde muy bien a los valores masónicos.



Vamos a ver si la historia puede ayudarnos a acercarnos a la laicidad y a sus raíces humanistas.



Tenemos que tener en cuenta el poder increíble de la iglesia católica en Europa, por ejemplo, y esto, desde por lo menos la Edad Media. Podríamos examinar incluso otras civilizaciones, como la egipcia, la griega, la romana o, por qué no, la india, la inca o la maya. Encontraríamos luchas por la liberación del ser humano contra los poderes políticos y/o religiosos y así descubriríamos, quizás, unas fuentes antiguas de la laicidad.



Si nos acercamos más a la época moderna, nos encontramos con las primeras rebeliones contra el poder del rey o de la iglesia que dieron lugar a varias declaraciones en diferentes países, como la Carta Magna en Inglaterra -contra Juan sin Tierra en 1215- cuyo texto afirma el derecho a la libertad individual, el Edicto de Nantes en Francia -que acepta a los protestantes en 1598, revocado en 1685-,y también en Inglaterra, el Habeas Corpus en 1679 –obligación de presentar a toda persona arrestada ante el juez en los tres primeros días- y el “Bill of Rights” en 1689 -por primera vez pone la ley por encima del rey-, la declaración de los derechos en Virginia en 1776, la declaración de independencia de Estados Unidos en 1776, estas dos últimas precursoras de la Declaración de los Derechos Humanos y del Ciudadano en la Revolución Francesa el 26 de agosto de 1789.



Consideramos esta declaración fundamental, inspirada directamente de las ideas del siglo de “las luces” (siglo XVIII), como el acto de nacimiento de la laicización de la sociedad y de las instituciones francesas.

El 24 de junio de 1793 (año I de la República), otra declaración completó la primera: decretó la preeminencia de la igualdad, proclamó por primera vez el derecho a la instrucción e insistió sobre la resistencia a la opresión y el derecho a la insurrección.

Los revolucionarios franceses –entre los cuales había muchos masones- ensayaron ciertos aspectos de lo que sería más tarde la laicidad; por ejemplo, instituyeron el estado civil, el matrimonio civil, la supresión del presupuesto de los cultos y precisaron que la República no pagaría a ninguno de ellos.



El primer cónsul, Napoléon Bonaparte, futuro emperador negoció un Concordato con el Papa (1801); a la vez, la iglesia excomulgó a los francmasones, acusándoles de ser los responsables de la revolución -lo que es verdad en gran parte-.



En reacción a ello, los masones se alzaron contra los perjuicios del clericalismo a partir de la Restauración -1814 a 1830-. Enarbolaron los principios de la razón, la democracia, el libre pensamiento y la libertad de conciencia, creyendo en el valor emancipador de la instrucción y lucharon contra la influencia de las congregaciones religiosas que formaban a una juventud reaccionaria.



Los políticos más famosos de estos tiempos eran casi todos masones: Alexandre Massol, Jean Macé, Léon Gambetta y, más tarde, Jules Ferry, el promotor de la “escuela pública, gratuita, laica y obligatoria” en 1881 y 1882.

Por fin, después del caso Dreyfus (1894-1906) y de las polémicas que éste levantó, -cuyo punto álgido sigue siendo hasta hoy la famosa carta “Yo acuso” (J’accuse) de Emile Zola en el periódico “L’Aurore”-, las logias del Gran Oriente de Francia se movilizaron para obtener la separación de las iglesias y del Estado. Esto se hará ley el 9 de diciembre de 1905, con el nombre del presidente del gobierno Emile Combes, masón y de Aristide Briand, masón.

¿Qué dice la ley?



Artículo primero: “La República asegura la libertad de conciencia. Garantiza el ejercicio libre de los cultos …”

Artículo segundo: “La República no reconoce, no asalaria, no subvenciona ningún culto. Por ello, a partir del 1° de enero que seguirá a la promulgación de la ley, todos los gastos relativos al ejercicio de los cultos serán suprimidos de los presupuestos del Estado, de las provincias y de los municipios”.



Todavía hoy, la Constitución francesa de 1958 dice “Francia es una República indivisible, laica, democrática y social”.



El 8 de abril de 2013, el presidente de la República François Hollande ha instalado el “observatorio de la laicidad”. Y desde septiembre de este año, una Carta de la laicidad está expuesta en todas las escuelas. Lo que no quiere decir que la laicidad esté instalada totalmente en las instituciones y sobre todo en cada uno de los ciudadanos. Estas decisiones gubernamentales no son más que una manera de recordar y de intentar defender un pilar fundamental de la República; sabemos todos que la laicidad es un valor que puede ser deformado o atacado, incluso por las élites políticas.



Os recuerdo que el ex presidente de la República había aceptado en 2007 ser recibido en el Vaticano canónigo de San Juan de Latrán -una vieja costumbre heredera del concordato de 1801, impensable en un país laico-, y había afirmado que el cura se sitúa por encima del profesor público para educar a los niños. Lo que constituye una denegación de la laicidad. El Gran Oriente de Francia reaccionó con determinación; muchos Hermanos presentaron planchas sobre el tema.



Así pues, fuera del área política e independiente de ella, se necesita todavía nuestra comisión permanente, guardia imparcial de la laicidad verdadera y fuente del pensamiento laico, capaz de oponerse a cualquier desviación. Con esto quiero decir que tenemos que vigilar siempre esta piedra fundamental de nuestro edificio masónico.



Este sobrevuelo por la historia nos explica un poco el porqué de las premisas de la laicidad en aquellos tiempos en los que el poder religioso era exagerado en Francia (y en España u otro país de Europa);



¿Por qué sobre todo en Francia, donde la intolerancia religiosa existía con menos intensidad que en España (o así lo parecía)? Sería olvidar siglos de caza a la herejía, a los que no pensaban como lo imponía el dogma católico. Por ejemplo, la inquisición francesa mató a los Cátaros en el siglo XIII, acabando con el principio de Bernard de Clairvaux “Fides suadenda non imponenda” “La fe debe ser persuadida, no impuesta”. Otros ejemplos, como el de la matanza de los protestantes en el siglo XVII, o el Caballero de la Barre torturado, decapitado y quemado el 1° de julio de 1776 por no haber saludado a una procesión católica y haber leído además el diccionario filosófico de Voltaire. Símbolo de las víctimas de la intolerancia de la iglesia, su estatua se erige cerca de la Basílica del Sagrado Corazón en Paris desde 1897 gracias a masones del Gran Oriente de Francia. Más cerca y personal, me acuerdo de mi abuela paterna, católica hasta la devoción ciega, que decía, segura de lo que afirmaba el cura, que los masones tienen siempre un cubierto preparado en las comidas para el diablo. Existen miles de ejemplos más o menos graves que explican la ola de protesta y de deseo de cambio que se ha desarrollado durante siglos contra el poder de la iglesia y sus excesos hasta “las luces” de los filósofos, la revolución francesa y más tarde la elaboración de la laicidad.



Veis que la historia global de la laicidad se ha desarrollado en muchos países, pero el concepto se ha concretado más en Francia que en ningún otro país.



Para seguir, voy a estudiar algunas ideas sobre la laicidad, su contenido, sus valores hacia su universalidad; ideas procedentes principalmente de Hermanos y Hermanas que analizaron las cualidades y las ventajas de la laicidad en una sociedad moderna, sobre todo en una época donde el hombre débil está cada día más olvidado, maltratado, insultado y aplastado por una minoría de poderosos que se comparten sin ninguna vergüenza la inmensa riqueza acumulada explotando y engañando a los demás. Estas ideas y por consiguiente la laicidad deberían ayudar a los demócratas de verdad (espero todavía que existan algunos) o por lo menos a los francmasones a pensar en una sociedad más justa y más humana.



La laicidad se representa unas veces como una filosofía, o como un pilar de la democracia, una matriz, un principio de soberanía, un valor de la República o un ideal universal de organización y justicia.



Para mí, la laicidad es el conjunto de esas representaciones y sobre todo es un ideal, lo que quiere decir que nunca ha sido una permanencia o un principio inalienable ; no olvidemos que hasta hace poco tiempo fue una utopía. Me parece un buen ejemplo de la posibilidad de transformación de una utopía en realidad. Podemos relacionar el concepto de laicidad a la “utopia como proyecto” de Martin Luther King quien lo explicó tan claramente en su famoso discurso “I’ve a dream” (He tenido un sueño) con un tríptico cercano: más unidad, más igualdad, más democracia.



Para alcanzar la laicidad, podemos partir de la idea de dignidad humana, idea rechazada por los creyentes respecto a los no creyentes -en la historia e incluso actualmente en unos países-, según el principio increíble de la verdad revelada por iconos instalados en sus templos. Para aquéllos, todo infiel no puede ser humano, no tiene consistencia ni derecho; o se convierte a la fe de la mayoría o le quemamos.



Pascal nos dice: “El hombre es una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante” y “trabajamos en pensar bien, es el principio de la moral” y “toda nuestra dignidad consiste en pensar”.



¿Ahora bien, cómo pensar en una jaula ideológica impuesta, por ejemplo, religiosa? La capacidad de pensar es ciertamente una condición para vivir bien juntos. Pero, sin libertad, no es posible. Es decir que lo primero de la vida es tener la libertad de conciencia, justamente lo que propone la laicidad. Sin esta libertad primera, no vale la pena ir más lejos en una búsqueda de justicia o de democracia. Es lo que confirma toda dictadura que prohíbe el libre pensamiento. Estos regímenes persiguen siempre a los francmasones. La libertad de conciencia es el primer principio del ideal laico desarrollado por la escuela pública a través de la autonomía de juicio y la tolerancia. Así como lo explica Catherine Kintzler, John Locke, precursor de “las luces” tiene también algo que ver con la laicidad. Su carta sobre la tolerancia, escrita en una época en la cual reinaba el miedo de ver al catolicismo imponerse en Inglaterra, considera que el gobierno y la iglesia tienen funciones diferentes y que no pueden estar mezclados. Acepta la presencia de varias religiones, pero excluye de su tolerancia a los ateos que, según él, no tienen una moral y no pueden apoyar a la sociedad, y a los católicos que obedecen a otro príncipe, el Papa. Piensa además que solo podemos autorizar una iglesia que practica la tolerancia. Estamos todavía lejos de la laicidad, pero nos vamos acercando. No entraré en la comparación entre tolerancia y laicidad, ni en los límites y los desvíos de la tolerancia, por falta de tiempo aunque las dos nociones están muy relacionadas. Estoy seguro que otros Hermanos podrán estudiar esta cuestión para pulir un poco más nuestra piedra común.



En el camino de la laicidad, encontramos también a Pierre Bayle (siglo XVII), la gran figura de la primera ilustración. Su contribución fue decisiva al refutar las excepciones de Locke: reivindica la libertad de conciencia, no sólo para los ateos sino también para las religiones no cristianas. Para él, además de constituir un principio moral, esta posición tiene que ver con la razón. Los incrédulos no están considerados como indignos de confianza.



Así nació el segundo principio del ideal laico: la igualdad estricta de los derechos de los ateos, de los creyentes y de los agnósticos.

La revolución francesa va a completar la aserción afirmando que la fe no debe fundar ni hacer la ley. Dos ideas mayores, según Henri Peña Ruiz coexisten en el ideal laico: “la separación entre lo común a todos y lo que pertenece a la libertad individual, el área privada” y “la soberanía de la voluntad que es la fuente de las reglas de la vida común, de la conciencia y de la razón que la ilumina”. La laicidad tiene como referencia y fundamento la cosa común a todos, fuera de las diferencias espirituales. Sabemos que el “bien común”, res publica ha dado el término República. Esta separación algo ficticia entre la esfera pública que permite toda fe, toda creencia, toda manera de vivir en el círculo de la familia o en un núcleo particular con la única condición que no pueda reducir la libertad de los demás, y la esfera pública, abierta a todos, donde la ley protege a cada uno de los ciudadanos y prohíbe, por ejemplo, la existencia de una religión de Estado, incluso atea, es sin duda la idea más fuerte y más creadora de la laicidad. Por desgracia, es también la más discutida y la más criticada especialmente por los partidarios de una religión o una ideología predominante.



Y de esta manera, llegamos al tercero principio del ideal laico: la ley común que tiene como objetivo el interés común, es decir el interés de todos. La ley común es el cimiento de todo lo que es común a todos los hombres y mujeres, o mejor dicho la ley común habla de universalismo, mientras que la creencia religiosa sólo puede pretender ser común a unos seres humanos. Este deseo de universalidad da a la laicidad una dimensión de concordia de todos por encima de sus diferencias; es exactamente lo contrario del encarcelamiento en las diferencias. Es ante todo un principio y un deseo humanista profundo que sostiene la masonería. No queremos imponer nunca nuestros valores; queremos difundirlos en la sociedad convencidos de su poder de construir un mundo mejor.



A mí me parece que la laicidad puede ser ahora el principio común al acceso a una condición mejor para todos los seres humanos, a una sociedad por fin más justa y humana. Cuando millones de niños, mujeres y hombres mueren por causas como el hambre, la sed, la falta de asistencia médica, los efectos de guerra, a menudo presentadas como religiosas, la indiferencia de los privilegiados, incluso nosotros, la unión mafiosa entre financieros y políticos totalmente corrompidos, la emergencia de una sociedad inspirada en nuestros valores masónicos parece un sueño insensato. Para adelantar en este camino realmente masónico, necesitamos herramientas simbólicas para pensarlo en nuestras logias y concretas para imponer pacíficamente el sueño nuestro. Nosotros, francmasones, tenemos por suerte las dos categorías de herramientas: el simbolismo como ayuda y la laicidad como medio. Con una condición imprescindible: hacerlo con individuos que desean “la mejora material y moral, el perfeccionamiento intelectual y social de la Humanidad” o al menos que quieran seguir este camino.



Pero, ¿cómo hacerlo? Sencillamente con el método masónico: conociendo perfectamente y aceptando totalmente la laicidad, los Hermanos y Hermanas pueden y deben mostrar con el ejemplo personal, la palabra y los escritos sus valores y hacer todo para promover el concepto fuera de la logia, tanto en la vida profesional como en los compromisos personales, asociativos, políticos, sindicalistas, … Por eso, me parecería muy interesante enseñar la laicidad en todas sus dimensiones, todos sus posibles desarrollos, todas sus perspectivas y todas sus adaptaciones a nuestros tiempos difíciles y al futuro. Podemos empezar por nosotros mismos en este taller, realizar un proyecto de enseñanza, proponer y compartir los trabajos con las otras logias españolas y después difundir lo mejor posible las ideas contenidas en el proyecto fuera de los templos, por ejemplo organizando conferencias en los institutos, universidades o lugares culturales como los Ateneos.



Para ir un poco más lejos en la aprehensión de la laicidad, voy a echar mano de las ideas de un amigo mío, profesor de historia, ex senador de la República y además defensor incansable de la laicidad y del servicio público a la francesa que no es nada más que una declinación política de la laicidad. Se llama Gérard Delfau. En sus escritos dice que la laicidad no es una doctrina, ni una teoría, ni una filosofía, ni tampoco una sabiduría. No tiene santos, héroes o hombres famosos. Está fuera de todo sistema cerrado y jerarquizado que puede llevar a la opresión. Dice que es un camino hacia lo verdadero; no es una verdad.



Además y para contestar a los detractores, laicidad no es un sinónimo de anticlericalismo; es lo contrario, porque acepta todas las religiones, todas las espiritualidades. No tenemos que resumir la laicidad a la invención de la escuela pública.



Para él, “la laicidad es también un principio jurídico y político de organización de las instituciones, el primero y el único que permita a cada ciudadano el ejercicio pleno de su libertad de conciencia”. Es una moral colectiva y cívica. Es también una cultura, una manera de ser para sí mismo y para los otros, un proyecto de vida.



Y tres frases que para mí dicen mucho de lo que es y lo que puede ser la laicidad: “La laicidad, es la Razón que desconfía de sí misma. Es la ética en su dimensión universal. Es poco y es mucho.”



Estas palabras de un laico profundo pueden servirnos para seguir adelantando en el camino que os propongo del conocimiento y de la práctica de la laicidad.





Antes de concluir, si queremos definir simplemente la laicidad, podríamos asimilar este ideal a un principio constitucional (si está estipulado en la Constitución como en Francia) hecho de:

· La libertad de conciencia

· La separación de las iglesias y del Estado

· La separación de la esfera pública y de la esfera privada

· La neutralidad del Estado en cuanto a las opciones espirituales y su no intervención financiera en este área

· La igualdad de todas las opciones espirituales

· La universalidad de la ley común: igualdad de todos delante de la ley

· La búsqueda de la emancipación del individuo y la formación del ciudadano gracias a la escuela laica gratuita para todos



· La búsqueda del buen vivir juntos.Al fin y al cabo, para concluir, os regalo estas palabras de mi amigo Léon Gambetta, hombre político actual, muy famoso: “Los asuntos religiosos son asuntos de conciencia y por consiguiente de libertad (…) queremos que el Estado nos parezca y que Francia sea el país laico por excelencia”.





HE DICHO, un M.·.M.·.

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